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jueves, 13 de marzo de 2008

Escuela y biblioteca en la formación del lector

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MARÍA EUGENIA DUBOIS

Dado que en el fondo de este proyecto de Bibliotecas Escolares está la preocupación de contribuir a la formación del lector, yo me voy a permitir hacer algunas reflexiones sobre los dos términos que componen esa frase: formación y lector. Comenzaré por el último. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de lector? ¿Qué es lo que hace de alguien un lector? ¿La cantidad de cosas que lee? ¿La frecuencia de lectura? Si esto fuera así, podríamos decir, sin mucha exageración, que casi todos nuestros jóvenes y adolescentes son no solamente lectores, sino también escritores a juzgar por la cantidad de mensajes diarios que leen y escriben a través de teléfonos celulares o de Internet. Sin embargo, cuando los encontramos en las aulas, va sean de nivel secundario o universitario, distan mucho de satisfacer nuestras expectativas en cuanto a su habilidad como usuarios de la lengua escrita. Esos jóvenes están alfabetizados, sin duda, pero como dice Emilia Ferreiro "están alfabetizados para continuar en el circuito escolar, pero eso no garantiza que estén alfabetizados para la vida ciudadana" y para todo lo que ella implica. Y hablando del "iletrismo" que tanto preocupa a los países más desarrollados, Emilia señala que "las mejores encuestas europeas distinguen cuidadosamente entre parámetros tales como: alfabetizado para la calle; alfabetizado para el periódico; alfabetizado para libros informativos; alfabetizado para la literatura (clásica o contemporánea), etc.".

Esa necesidad de clasificar a los distintos lectores dice bien a las claras que la diferencia entre ellos no está en leer, sino en lo que leen. Jean Hébrard, hace algunos años, en una conferencia en Buenos Aires, dijo que el verbo leer había cambiado de forma. Que "hasta la década del 70 era un verbo transitivo, es decir, se leía algo yo importante no era el hecho de leer, sino lo que se leía. Pero que a partir de esa década el verbo leer se había transformado en intransitivo y que lo importante no era lo que se leía, sino el hecho de leer." Y señalaba que "la escuela había comenzado en los 80 a apasionarse por la lectura funcional".

Es necesario reconocer que quienes empezamos por esa época a ocuparnos del problema de la lectura tuvimos bastante responsabilidad en ese cambio del verbo al que alude Hébrard. Cometimos, entre otros errores, el de enfatizar demasiado, sobre todo al comienzo, precisamente el aspecto funcional de la lectura. Pensamos que la forma de acercar a los niños a la lectura era a través del material corriente, el más usual y con más probabilidades de tener cabida en mayor cantidad de hogares. Así entró, por ejemplo, el periódico a la escuela, algo que no se hubiera concebido tiempo atrás, entre otras cosas por considerar que las columnas periodísticas no siempre constituyen un buen ejemplo de escritura. Pero, la cuestión que nos preocupaba, y nos sigue preocupando, por supuesto, era que todos los niños aprendieran a leer y el hecho de que pudieran encontrar en la prensa escrita respuesta a las preguntas que les interesaban era motivo suficiente para proporcionarles textos de ese tipo. Y eso dio resultados, sin duda, pero descuidamos, tal vez, o no le concedimos suficiente espacio y tiempo a la lectura de textos dirigidos a la formación del lector, mas bien que a la información

Ustedes me habrán oído decir muchas veces, siguiendo a Rosenblatt, que hay que preguntarse qué hace el lector con la lectura, puesto que de la postura que adopte frente a ella dependerá la transacción que realice con el texto. Pero creo que es igualmente válida la pregunta de qué hace la lectura con el lector y esto es de importancia fundamental para la selección de los textos que ponemos al alcance del lector. Recién me referí a textos dirigidos a la formación, y cabe preguntar, ¿cuáles pueden ser esos textos? No dudo en afirmar que son los libros de literatura, los buenos libros, clásicos o modernos, pero los libros que nos dicen algo, que nos hacen pensar, que nos colocan ante personas y situaciones parecidas o muy diferentes de las que nos rodean, los libros que nos subyugan o nos desafían, los libros a los que amamos o aborrecemos, pero que no podemos leer sin que dejen en nosotros una huella.

Parece oportuno recordar ese excelente ensayo de ítalo Calvino titulado Por qué leer los clásicos, en el que nos dice, entre otras cosas, que "el clásico que hacemos nuestro no puede sernos indiferente porque nos sirve para definirnos a nosotros mismos en relación y quizá en contraste con él". La formación del lector tiene que ver, precisamente, con esas definiciones. Ellas se irán entretejiendo en un proceso lento, difícil a través del cual se va configurando no solamente el lector como lector, sino también como persona, definiendo sus valores, perfilando sus actitudes, ejerciendo su sentido crítico para evaluar y decidir.

El poderoso influjo que la lectura ejerce sobre el lector se ve muy bien reflejada en las palabras de George Steiner cuando dice: "En esa gran polémica con los muertos vivos que llamamos lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo más que fantaseo o un apetito indiferente emanado del tedio, la lectura es un modo de acción. Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la entrada, aunque no sin cautela, a lo más hondo de nuestra intimidad. Un gran poema, una novela clásica nos acometen: asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño y contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos".

Ese mismo influjo se advierte igualmente en el pensamiento de otros escritores. "Nadie lee impunemente un libro" decía Roa Bastos; "cuando se lee no se aprende algo, se convierte uno en algo" afirmaba Goethe; "lo mejor de mí se lo debo a los libros" sostenía Máximo Gorki. Esa es la fuerza transformadora de la lectura a la que todos somos susceptibles. Ninguno entre nosotros ha dejado de experimentar alguna vez la sensación, al leer una obra, un pasaje, a veces tan sólo unas palabras, de que algo sucede en nosotros, como si una cuerda interior hubiera sido alcanzada y al vibrar nos introdujera en mundos nuevos, nos mostrara diferentes perspectivas, nos descubriera la presencia de sentimientos, de impulsos antes ignorados. Esa es la magia de la lectura, a la que ningún lector puede sustraerse cuando se le deja "vivir" la experiencia literaria.

Ese es, entonces, el camino para la formación del lector y en este camino es de inestimable valor el papel que puede desempeñar el bibliotecario. Él, o ella, es quien más conoce de libros, es quien puede aconsejar a estudiantes y docentes, quien puede despertar el interés hacia tal o cual obra o autor, es quien puede hablar más y mejor de lecturas porque se supone que el requisito indispensable para ser bibliotecario escolar es, precisamente, ser lector o lectora.
No quiero significar con esto que sobre sus espaldas debe recaer la responsabilidad de formar lectores. La responsabilidad mayor, o mejor dicho la primera, porque de hecho todos debemos compartirla, está en manos del docente, cuando incita al alumno a formularse preguntas, a indagar sobre temas diversos, a exteriorizar sus dudas, a investigar sobre el mundo que lo rodea, pero, sobre todo, cuando lo introduce en el vasto mundo de la literatura y es capaz de leer con él y para él. La colaboración entre docente y bibliotecario es indispensable en esta tarea. Sin la incitación del maestro para la búsqueda y el descubrimiento y sin el conocimiento y la guía del bibliotecario es poco lo que podrá hacerse para que nuestros alumnos dejen de ser únicamente alfabetizados para el circuito escolar. Sólo con la estrecha colaboración de ambos, podemos tener la esperanza de formar verdaderos lectores, capaces de continuar leyendo y continuar formándose más allá de la escuela y de la universidad. Capaces, en otras palabras, de hacer de la lectura una necesidad personal y ejercida con sentido crítico, lo cual habrá de contribuir a que puedan actuar de manera más plena y consciente en la vida de su sociedad.


Notas:

[1] Proyecto: Programas de Bibliotecas Escolares. Seminario: Cartagena de Indias (Julio 25, 26. 27 de 2006). Mérida, julio de 2006

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